Premiación del Concurso de Cuento y Microrrelato ¨Mi mundo en letras¨ 2021-2022

El día 8 de diciembre del 2021 se realizó la premiación del tercer concurso de cuento y microrrelato ¨Mi mundo en letras¨ 2021-2022, en el cual los estudiantes de PAI y Diploma han demostrado su imaginación y habilidades en la escritura a través de un microrrelato o un cuento de autoría propia. Los ganadores del certamen fueron los siguientes:
CATEGORÍA 1: Cuento ilustrado
PABLO ANDRÉS MOLINA MÉNDEZ – PAI 2 – Primer lugar
YARLEI HELEN CUASPUD SIMBAÑA – PAI 1 – Segundo lugar
CATEGORÍA 2: Cuento
MARÍA ALEJANDRA MOLINA CAICEDO – PAI 4 – Primer lugar
CORI TAIZ GARZÓN GÓMEZ – PAI 3 – Segundo lugar
CATEGORÍA 3: Microrrelato
REBECA MORILLO LÓPEZ – PAI 5 – Primer lugar
EMILY CAROLINA FLORES TORRES – PD 1 – Segundo lugar
ALAN MATEO GUZMÁN PADILLA – PD 2 – Tercer lugar
* Unidad Editorial Internet, S.L. (2009, 10 diciembre). El machismo daña la salud de las mujeres | elmundo.es salud.
El machismo daña la salud de las mujeres. https://www.elmundo.es/elmundosalud/2009/12/10/mujer/1260471771.html
<<Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres>>, dijeron los padres de Nancy, cuando ella tenía 6 años.
Cuando cumplió 16, Nancy tuvo un matrimonio arreglado con Jones, hijo de padres adinerados. En el momento en que Nancy lo supo, reclamó por qué se debía casar. Sus padres indignados le dieron una bofetada y la castigaron. Al cabo de dos semanas conoció a su prometido y siete meses después llegó el momento de la boda.
Con una cara triste, Nancy se casó bajo las condiciones socialmente aceptadas por el ignorante de Jones; la primera: <<no puedes dar tu opinión>> y la segunda: <<tú tienes que atender mis necesidades>>. Desde ese momento empezó el infierno personal para Nancy.
La familia de Jones decidió que los recién casados deberían tener una luna de miel y así fue. En esa luna de miel Nancy fue forzada por Jones para perder su virginidad. En ese momento, Nancy no estaba preparada, pero Jones le seguía insistiendo hasta el punto de amenazarle con la muerte. Ella aterrorizada tuvo que aceptar. Nancy imaginaba que este momento inolvidable de toda mujer sería con un hombre que ella amara.
Una semana después de la luna de miel, Nancy comenzó a sentir que Jones le tenía odio, ya que cada día que llegaba borracho le comenzaba a insultar hasta el punto de maltratarla. Ella un día decidió contarles a sus padres, pero ellos no le creyeron y le dijeron: <<Tú solo dices esa palabrería porque no quieres estar comprometida>>. Al escuchar lo que sus padres dijeron tuvo que aceptar que para siempre iba a estar atada a Jones.
Pasó el tiempo y Nancy comenzó a tener mareos; se cansaba fácilmente y tenía muchas náuseas. Jones viendo lo que estaba pasando decidió llevarla al doctor. ¿Lo que esperaban sería un milagro o una desdicha?
El doctor pasó con su diagnóstico y dijo: <<Nancy, felicidades, estás embarazada>>. Su reacción fue de felicidad, pero al mismo tiempo de temor, ya que Jones podría reaccionar mal a tal noticia. Contario a lo que ella pensaba, Jones lo tomó tranquilamente y comenzó a cuidarla, pero Nancy sabía que Jones en el fondo no la amaba.
Así pasaron los meses hasta que llegó el momento en que Nancy daría a luz a su bebé. Llegó al hospital muy alterada pues sabía que su vida iba a cambiar por completo. El 17 de enero a las 11:30 pm nació… <<Es una niña>>, dijeron los doctores. Nancy con lágrimas en sus ojos la sostuvo, Jones estaba indignado porque su bebé no era un niño. Él sabía los problemas que causaría una niña en la familia. Jones desde ese día comenzó a despreciar a su esposa y a Ana, que fue el nombre que eligió Nancy para la niña. Cada día Jones les pegaba y ellas no podían defenderse.
Quince años después, Ana escuchó a unas chicas hablar sobre feminismo. Ella se acercó a preguntar de qué se trataba. Las chicas que se llamaban Alejandra, Camila y Ada le comenzaron a explicar lo que es el feminismo y que se debía luchar por sus derechos y cómo diferentes mujeres estaban alzando la voz como Susan B. Anthony, una defensora de los derechos de la mujer. Ana al escuchar todo lo que ellas decían decidió contarle a su madre. Nancy le dijo: <<Ana, el mundo en el que vives es injusto, por eso te pido que pelees junto a ellas y que alces tu voz para que hagas lo que yo no pude hacer>>.
Ana se llenó de ánimo y se unió al grupo de las chicas. Les comentó lo que hacía su padre, Jones, con ellas. Camila, Alejandra y Ada al escucharla no supieron qué hacer, solo le dijeron: <<ustedes no son las únicas, conocemos a una feminista, vamos a hablar con ella>>. Así que fueron a visitar a Lucy Stone, una feminista que vivía en West Brookfield, Massachusetts, Estados Unidos, para que escuchara la situación de Ana.
Lucy les recibió y escuchó atentamente a Ana:
-Mi madre, Nancy, se casó con mi padre, Jones. Fue un matrimonio arreglado, ella dice que desde que se casó con él, la maltrataba y desde que nací ya no solo era los maltratos para ella sino para mí también. Cada día que él llega a casa nos pega y nos insulta, inclusive hay días que nos deja sin comer. Por favor, señorita Lucy Stone, ayúdeme a tratar con mi padre.
Lucy al escuchar dijo:
-En verdad lamento tu caso, no puedo hacer nada, pero sí te voy a dar un consejo, aunque tu padre te maltrate resiste, ya que un día el machismo no será normal, sino un delito, pero ahí entramos todas para que en la historia quede grabado lo que hicimos nosotras por nuestros derechos.
Ana al escuchar lo que Lucy le dijo decidió comenzar a defender a su madre ante los maltratos de su padre. Jones, harto por el comportamiento de Ana, decidió llevarla a un internado de modales donde aprendería como ser una señorita digna de un buen esposo y dar orgullo para su familia. Cuando Ana se enteró de lo que su padre quería hacer con ella, se resistió a ir al internado. Nancy le rogaba para que no llevara a su hija al internado, pero él no le hizo caso y la llevó.
Al llegar al internado la recibió Cleopatra, una señora de 45 años que dirigía el lugar. Cleopatra al ver a Ana dijo: <<Es una abominación, así con ese físico no llegarás a tener un buen esposo>>. Ana le contestó: <<Yo no necesito ningún esposo para ser feliz>>. Jones al oír tal palabrería le dio una bofetada y dijo: <<¿Ve señora Cleopatra? Su comportamiento es inaceptable, por eso necesito que la corrija, por las buenas o por las malas>>. Cleopatra asintió y se llevó a Ana a su nuevo cuarto.
Cuando Ana ingresó al cuarto vio a dos niñas de su edad que se veían poco confiables. Sus nombres eran Rosa y Clara. Ellas se hicieron amigas de inmediato, pero Ana sabía que ellas en algún momento le iban a traicionar; no sabía cómo, pero lo presentía. Así que Ana decidió no contar ningún secreto suyo.
Ana hacía pensar a Cleopatra que estaba siendo una niña buena, con eso ella tenía la confianza de todos. Un día ella le pidió a Cleopatra que le dejara ver los planos del internado haciéndole creer que solo era parte de un estudio. Le dijo: <<Cleopatra, quiero ver los planos del internado para ver si hay una salida donde una chica podría escapar, es solo para prevenir>>.
Al momento que recibió los planos comenzó a idear su escape, tenía cada salida en su vista, sabía a qué hora se iban a dormir y a qué ahora podía escapar. El día en el que fuera su cumpleaños número 18 iba a fingir que estaba enferma y cuando todos se fueran a dormir, pondría su plan en acción. Por un momento ella se sentía confiada de que iba a salir de ahí. Lo que no tenía en mente era que Rosa y Clara siempre la estaban vigilando. Cuando estaba a punto de salir, vio que Cleopatra estaba detrás de ella y le dijo: <<Ana, pensé que estabas cambiando, pero me equivoqué, sigues siendo la misma niña malcriada e ignorante>>. Ella al escuchar se preguntó cómo supo Cleopatra que iba a escapar. Esa duda se disipó al minuto cuando vio a Rosa y Clara detrás de Cleopatra. Ellas dijeron: <<Nos pareciste sospechosa desde el principio, así que estuvimos vigilando y descubrimos tu plan>>. De repente, un temor indecible inundó a Ana al no saber lo que tendría como consecuencia.
Cleopatra llamó a los padres de Ana. Ellos llegaron. Nancy fue corriendo a abrazar a Ana, pero Jones vino furioso y empujó a Nancy para llegar donde se encontraba Ana. Él comenzó a pegarles e insultarles. La madre de Ana le gritó para que dejara de golpearle. Jones cansado de la actitud de ellas se llenó de ira y le pidió a Cleopatra que saliera de la habitación. Él fue a la cocina por un cuchillo y regresó al dormitorio. Cleopatra vio el cuchillo y se asustó, sabía que ella ya no podía hacer nada por Nancy ni por Ana.
Jones abrió la puerta y comenzó a apuñalarlas. Se escuchaban los gritos, los lamentos. Rosa y Clara estaban aterradas y Cleopatra se arrepintió de haber llamado a Jones, pero fue muy tarde para pedir ayuda.
A los pocos minutos ya no se escucharon gritos, ni lamentos, hubo un total silencio. Jones bajó con el cuchillo en mano el cual estaba lleno de sangre y su ropa manchada. Cuando él vio a Rosa, Clara y Cleopatra les dijo: <<Si le dicen a alguien lo que pasó, las mataré>>. Esas fueron las palabras de Jones.
Desde ese momento Nancy y Ana fueron recordadas como mujeres que estuvieron en la revolución feminista y lucharon por su libertad, pero sus voces fueron calladas por la opresión machista.
Fin
Pablo Molina
Sonrisa de Ángel
Conocía a la perfección cada pasillo, los había recorrido tantas veces los últimos días que era imposible no hacerlo; sin embargo, aún no me acostumbraba: las enfermeras, las camillas y las personas que esperaban por ser atendidas me hacían sentir una extraña opresión en el pecho y un malestar en todo el cuerpo. Apresuré el paso, tratando de evitar aquello para llegar rápidamente al lado de mi hija.
Al llegar a la Unidad de Cuidados Intensivos escuché unas voces cercanas, por lo que, cuidando que nadie me viera, traté de acercarme y escuchar la conversación.
— También llegó un chico, de no más de trece años, al parecer fue atropellado por un bus y quedó completamente destrozado. —murmuró con voz rota, una de las personas. — Es que, — la escuché suspirar — hubieras visto como quedó Urgencias, fue tal el impacto que no dejaba de sangrar por la nariz y los oídos, ¿te imaginas el daño que debe tener? ¡Por Dios! Es solo un niño y por lo que vi, probablemente no pase de esta noche.
Eso fue suficiente para que me marchara. Retomé mi camino hacia el cubículo en el que se encontraba Sofía, mientras en mi garganta se formaba un nudo, el cual se hizo mucho más pronunciado en cuanto me percaté que la camilla del frente estaba ocupada. En ella estaba un chico, por la edad que aparentaba y los tapones tanto en su nariz como en sus oídos, deduje que era el mismo del que la enfermera estaba hablando. Sentí mis ojos humedecerse y no pude controlar las lágrimas que cayeron por mis mejillas al darme cuenta que las últimas palabras de la mujer fueron ciertas.
— ¿Murió? — susurró mi hija al terminar la historia.
— Sí. — dije, recordando aquella horrible sensación en el pecho.
— ¿Y luego?
— ¿Luego?
— Sí, ¿qué más pasó?
“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.”
Aquella frase de Martin Luther King era todo en lo que podía pensar al ver a mi lado. Era un cubículo pequeño, pero hermoso; al igual que todos los demás, tenía una camilla y la maquinaria necesaria del paciente; sin embargo, no estaba vacía, la pared se encontraba repleta de fotos y dibujos, así como también letras grandes que formaban el nombre de la pequeña.
Isabella.
En todos los días que había pasado en esa sala, nunca había escuchado su voz, ni siquiera en un murmullo. Nunca había visto sus ojos, ni siquiera de lejos. Nunca había visto que sonriera o se moviera, ni siquiera el más mínimo gesto. Pero no había ni un día en el que no viera a su madre junto a ella, contándole un cuento o hablándole de su familia.
Era increíble la fortaleza y el amor que tenía esa mujer por su hija, incluso cuando no había más nada que hacer para que tuviera una vida mínimamente normal; ella seguía ahí, apoyándola a cada momento.
— ¿Qué le pasó a la niña?
— Tenía una enfermedad congénita, había estado en una cama durante toda su vida.
— ¿Y cuántos años tenía?
Con una sonrisa triste le respondí: — No más de cinco años.
— ¿En serio? — asentí. — ¿Las volviste a ver?
Me sentía más tranquila que hace un año. Al ser esta la segunda cirugía, todo había resultado más fácil y Sofía se encontraba mucho mejor. No podía esperar a verla, era esa la razón por la que prácticamente corría por las calles, tratando de llegar lo más rápido posible a su lado.
Al llegar a la entrada del hospital, me enfoqué en ralentizar el paso y calmar mi respiración. Fue en ese momento que la vi, no había cambiado nada en estos años, excepto por la prominente barriga de al menos cinco meses; incluso seguía con la misma mochila de siempre. Recordaba perfectamente como cada vez traía algo dentro para Isabella, se sentaba junto a ella y le explicaba el porqué de aquel regalo, alegando, con una sonrisa, que todo lo que llevaba tenía al menos una cosa que le recordaba a ella.
— ¿Siguió yendo?
— Cada día, sin excepción.
— Pero, ¿por qué siguió si ya tenía una vida fuera del hospital?
— Era su hija, cariño, la amaba.
Con los ojos cristalizados, habló. — ¿Cómo es que los enfermeros y doctores soportan tanta muerte?
Volví a darle una sonrisa triste. — Porque no todo es dolor, también hay esperanza, Sofi.
Miraba fijamente mi café mientras caminaba, era algo que había aprendido con el tiempo y que planeaba mantener, hasta que escuché la voz de Andrea, una enfermera que conocía hace ya bastante tiempo y con la que mantenía una relación bastante cercana.
Regresé a ver hacia el lugar del que provenía su voz y la encontré hablando con otra mujer. Cuando se despidieron, caminó en mi dirección, sin siquiera darse cuenta de mi presencia; me le quedé observando y me decidí por ir tras ella.
— ¡Andrea! — se detuvo y me apresuré para hablarle. — ¿Estás bien? Te ves decaída.
— Sí, solo no dormí bien anoche, no es nada.
— Pero, ¿qué pasó? — pareció dudar entre si contarme o no, pero finalmente suspiró y habló.
— Soñé con un caso de hace un tiempo, de un niño, ocho años más o menos. Recuerdo que nos dijeron que un taxi lo había atropellado y tenía las piernas destrozadas, no se veía nada bien. Ayer me desperté con su rostro en mi mente y, no sé, me deprimí un poco al no volverlo a ver, es decir, ni siquiera sé si está bien y eso me está matando.
— Eso fue como hace un mes, ¿verdad?
— Sí, — frunció el ceño — ¿cómo sabes?
— He visto a ese niño, estaba cerca de la camilla de Sofía, — en cuanto escuchó que hablé en pasado, se le cristalizaron los ojos, por lo que me apresuré a hablar. — salió con su madre la anterior semana. — nuevamente su rostro cambió, pero en lugar de lágrimas, apareció una gran sonrisa. — Parecía estar bien, como siempre, de hecho. Cuando llegó se lo veía bastante mal, pero incluso después de todas las operaciones que le hicieron, mantuvo su sonrisa. No sé si volvió a caminar, pero te puedo asegurar que está feliz.
Alejandra Molina
Sombrilla
Encontrábase escribiendo versos enmarañados en una servilleta arrugada, cuando unos ojos profundos se encontraron con los suyos. Intercambios de sonrisas y miradas coquetas, el halo de misterio y curiosidad lo cautivaban. Ella dejó su taza de café en la mesa, pagó y se fue, olvidando casi intencionalmente su sombrilla.
La lluvia ligera caía delicadamente en la calle. Rápidamente él se incorporó, tomó la sombrilla y se aventuró al abismo de asfalto. —¡Señorita! ¡Señorita!— Exclamaba, con una sonrisa pícara y el corazón saliéndosele del pecho, mientras la lluvia caía en su rostro. Con la respiración agitada, esquivaba a aquellos estorbosos transeúntes. Ella se detuvo y con un tímido gesto giró lentamente mientras abría los ojos con emoción. Con pasos agigantados él, sacudía frenéticamente la sombrilla. Ella dio un paso para acercarse, de repente, una luz la cegó.
Fue un camión acelerado el que atropelló la oportunidad de ese nuevo amor.
Rebeca Morillo
